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Un patito, un caballito, un pajarito y un cuento chino

El panel de EL PAÍS sobre periodismo y literatura analiza la frágil barrera entre realidad y ficción en América Latina

Elena Poniatowska, durante el debate organizado por EL PAÍS.
Elena Poniatowska, durante el debate organizado por EL PAÍS.Saúl Ruiz

Lucy, cuenta John Carlin, estaba sentada con Charlie Brown mirando al cielo y le preguntó que veía. Pero como es tan mandona, antes de que Charlie respondiese le dijo lo que ella veía: “Miro las nubes y veo la tragedia de la vida. Lo efímero que es todo”. Entonces, sí, le preguntó ¿y tú qué ves, Charlie Brown?, a lo que Charlie Brown respondió: “Pues iba a decirte que veía un patito y un caballito, pero cambié de opinión”.

El periodista, vino a decir Carlin, siempre se sentirá un humilde registrador de los hechos ante los altos vuelos del literato, aunque el deber de comunicar de una manera amena también lo acercará al terreno de la escritura como acto creativo. Pero, ¿tiene derecho Charlie Brown a ver en una nube la tragedia de la vida, o eso podría hacer que sus lectores se confundiesen tanto que perdiesen la capacidad de distinguir un caballito de un patito?

El panel Periodismo y literatura en tiempos convulsos, organizado por EL PAÍS en la feria del libro de Guadalajara para celebrar su 40 aniversario, puso sobre la mesa una controversia clásica del oficio del reportero: si la objetividad de la información se puede ver afectada por el uso de herramientas narrativas o si, al contrario, el uso de esas herramientas puede hacer más digerible la información, y de esa manera más eficaz, más comunicativa, más certera.

Moderaron la charla dos periodistas del diario, Javier Rodríguez Marcos y Juan Cruz. Abrió la conversación una maestra del periodismo literario, Elena Poniatowska, que brindó por el Premio Nobel de Literatura concedido a Svetlana Alexiévich, que retrató el alma de la Unión Soviética con la entrevista documental como método: “El testimonio adquiere con su premio un valor que nunca tuvo”.

La decana de los cronistas mexicanos recordó cómo Carlos Fuentes se burlaba de ella y de su Volkswagen escarabajo, diciéndole “Ahí va Elenita en su vocho a preguntar el precio de los jitomates”, cosa que a ella no la afectaba porque sí, en efecto iba a preguntar el precio de los jitomates, y porque consideraba que eso era una tarea importante. Recoger y contar lo cotidiano, según Poniatowska, es una “función educativa”.

Pero, avisó Sergio Ramírez, para el periodismo “la dificultad en América Latina es la calidad de la realidad. En países como Noruega o Suecia la realidad está muy bien definida, pero en América Latina nunca sabemos dónde comienza la ficción y dónde termina la realidad: son campos en disputa”.

Como ejemplo de la irrealidad estructural latinoamericana, el escritor nicaragüense habló del Gran Canal que un empresario chino proyecta, o se supone que proyecta, para hacer navegable su país de este a oeste. La idea de un canal de 300 kilómetros de largo y que costará 50.000 millones de dólares en Nicaragua, planteó Ramírez, ¿es realidad o es ficción? En la mesa se convino en que tal vez se trate de otro fenómeno: un cuento chino.

Jorge Zepeda también aludió a los problemas de irrealidad latinoamericanos y opinó que la novela, directamente la novela, ya no la crónica narrativa, puede ser una manera “legítima” de dar cuenta de “los claroscuros” a los que por lo general, por opacidad institucional o por riesgos, al periodista casi nunca es capaz de adentrarse para poner luz. “La novela puede incorporar un elemento de verdad donde la realidad no lo ofrece”, dijo Zepeda, periodista de carrera y también novelista, Premio Planeta en 2014 por Milena o el fémur más bello del mundo, un descenso ficticio al hoyo de la explotación sexual. Y con todo Zepeda no dejó de subrayar que, por mucho que la realidad de América Latina sea difusa, “el buen periodismo sigue siendo absolutamente imprescindible”; el escritor Jorge Volpi coincidió en esa idea: “Se sigue necesitando el periodismo de investigación. Uno de los retos del periodista de nuestra época es lograr aportar información confiable”.

Carlin opinó que la fórmula para no perder pie en el campo del periodismo narrativo es sencilla: “Lo ideal es tener margen para escribir con imaginación, pero no con ficción; siempre ateniéndose a los hechos”. Élmer Mendoza, que en su novela negra mete muchos ingredientes, ficcionados o no tanto, de las cosas que ve o que escucha por su tierra de Sinaloa, hizo un corte claro entre un mundo y otro: ficción e información. “Una novela es una cosa que simplemente cuenta hechos terribles. Pero una crónica es un registro real. Con riesgos”. El escritor Jorge F. Hernández habló de sus incursiones recientes en la crónica periodística y alabó la experiencia de escribir bajo los efectos de la “adrenalina” del periodismo. “Hay un vértigo que agiliza. Es, como dice Juan Villoro, la literatura con prisas”.

Y además del patito, el caballito y el cuento chino, se mencionó el problema del pajarito, o de la producción oficial de ficción. El pajarito. El ave que hablaba a Hugo Chávez. El periodista y guionista Alberto Barrera, que ha escrito una biografía sobre el fallecido líder venezolano y acaba de publicar una novela basada en su enfermedad, Patria o muerte (Premio Tusquets 2015), afirmó que el manejo de la realidad en su país ha llegado al extremo de que se pierda “el sentido de una verdad común”. Unos creen en el pajarito. Otros no. Barrera, que ha escrito sobre Chávez de verdad y de mentira, una biografía y una novela, concluye que por el camino de la imaginación también se puede llegar a alguna verdad: “La ficción no se opone a lo real. Puede complementarlo para contar una historia con la misma legitimidad”.

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