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Reportaje:EL AUGE DE LOS VIDEOJUEGOS

Su vida con la 'play'

Cuatro de cada 10 jugadores son menores. Cómo manejar el ocio digital de los hijos

Ana Alfageme

El 38% de los videojugadores tiene menos de 18 años, asegura la industria. Si a escolares de entre 9 y 11 años se les da a elegir entre la televisión y los videojuegos, un 47% prefiere éstos frente a la tele, según un estudio reciente de la Universidad de Navarra. ¿Qué hacer para saber qué pasa entre la consola y su hijo?

De entrada, averiguar si los videojuegos enganchan y aíslan. "En la clasificación de enfermedades de la Asociación Americana de Psiquiatría no se contempla esta adicción", dice Celso Arango, psiquiatra infantil y juvenil del hospital Gregorio Marañón de Madrid. "Dejar de jugar no produce abstinencia física, pero sí puede que haya dependencia psíquica. No es exclusivo de los videojuegos. Si a un niño que le encanta el fútbol no le dejas jugar, se sentiría mal", explica.

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"No hay auténticos adictos", dice Juan Alberto Estallo, psicólogo del Institut de Psiquiatría de Barcelona, quien en 1992 se propuso investigar si existía adicción al ocio digital. "Si hay trastornos, son secundarios a otros, como problemas de personalidad. En nuestros estudios encontramos que los niños a los que no se les ponía cortapisa jugaban como locos durante cinco semanas, y luego decaía el interés o se mantenía, como ocurre con otros juguetes. Y que, al contrario de otras adicciones, la actividad se estabilizaba o bajaba. Otro hallazgo interesante es que los niños que jugaban eran más sociables", indica.

"Tampoco hay que obsesionarse con el tiempo que pasan con la play", observa la pedagoga Begoña Gros, en cuya web (www.xtec.es/~abernat/castellano/propuest.htm), ella y su grupo de profesores analizan juegos. "Hay algunos muy complejos que pueden requerir más tiempo. No hay que alarmarse hasta que no se compruebe que el niño deja de hacer otras cosas", afirman.

"Sentido común", recomienda el psiquiatra Arango. "No se pueden prohibir, sino elegir aquellos con menor contenido violento. Y no permitir que sustituyan al deporte o a jugar con los amigos. Si vienen a suplir las relaciones sociales o el deporte, malo", dice.

"Atención a los contenidos de los títulos al comprarlos", señala Estallo. "Hay que leer la contraportada". Prácticamente todos los videojuegos tienen en la carátula un sello de clasificación por edades e información de los contenidos (ver gráfico). Se llama Pan European Game Information (PEGI) y en su web (www.pegi.info) se pueden buscar los títulos para averiguar más detalles.

¿Pero, qué ocurre cuando los niños van a comprar o alquilar juegos solos? Amnistía Internacional comprobó el pasado otoño, para la elaboración de un informe, si en los grandes centros comerciales de Madrid y tres ciudades del País Vasco, Galicia y la Comunidad Valenciana un niño de 12 años podía comprar títulos para mayores. "En todos pudo hacerlo", dice Óscar Gutiérrez, el autor del estudio, "aunque la ley les proteja".

Así que observar el etiquetado es esencial, dice Guillermo Cánovas, de la asociación Protégeles, que propugna la seguridad para los menores con las nuevas tecnologías. Para evitar que los niños accedan a juegos para adultos en Internet o los descarguen (del 20% de menores que usan habitualmente la Red, un 23% juega cada vez que se conecta, según sus datos), recomienda que se utilice sistemas de filtrado, como Canguro Net, de Telefónica.

La Confederación de Consumidores y Usuarios ofrece en un folleto algunas directrices: limitar el tiempo del juego; instalar la consola en lugares comunes de la casa; ofrecer alternativas de otro tipo de ocio; escoger videojuegos en los que pueda jugar más de una persona y unirse, además de evitar los títulos violentos, sexistas o discriminatorios.

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Sobre la firma

Ana Alfageme
Es reportera de El País Semanal. Sus intereses profesionales giran en torno a los derechos sociales, la salud, el feminismo y la cultura. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactora jefa de Madrid, Proyectos Especiales y Redes Sociales. Ejerció como médica antes de ingresar en el Máster de Periodismo de la UAM y EL PAÍS.

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