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Una impresora 3D hecha de basura

En WoeLab, un laboratorio de Togo, jóvenes sin formación utilizan desechos electrónicos para construir objetos de alta tecnólogia

Carlos Bajo Erro
Dos participantes en uno de los talleres del Jerry Clan Togo.
Dos participantes en uno de los talleres del Jerry Clan Togo. WoeLab

En Lomé, la capital de Togo, Afate Gnikou, un joven sin formación técnica, ha construido una impresora 3D con material de desecho. Ese es el titular de la noticia que nos requiere que la leamos, la puerta que nos invita a que la abramos. Al otro lado, más allá del titular nos encontramos con que no ha sido casualidad, con que la de Afate no es una experiencia aislada, con que no estaba sólo en este proyecto que ha resultado el más exitoso o, al menos, el que más proyección ha conseguido y con que era necesario que el joven tuviese el entorno adecuado. La W.Afate, esa impresora 3D artesanal que sorprende y fascina en las ferias y los encuentros tecnológicos de todo el mundo se ha convertido en la carta de presentación de WoeLab, ese entorno en el que el joven ha podido desarrollar su creatividad y su habilidad.

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Explicar qué es WoeLab es otro reto. En primer lugar es una idea deliciosamente descabellada. Una afortunada locura que mezcla compromiso social, urbanismo, tecnología, bricolaje, inteligencia colectiva y trabajo colaborativo, entre otros ingredientes. Todo un conjunto de neologismos prestados del inglés aportan diferentes matices, es un fablab, pero también un hacker space y además tiene mucho de maker space y algunas cosas de espacio de coworking... Por simplificar, es un lugar en el que se investiga, se experimenta y se construye tecnología, pero a pie de calle. En resumen, es un lugar en el que, por ejemplo, se enseña a construir un ordenador con un bidón de plástico como carcasa y materiales de desecho. Si a eso le sumamos la voluntad de transformación de la ciudad, el WoeLab se convierte en una especie de república independiente de los manitas inquietos que pretende extender sus tentáculos para construir una ciudad más amable.

Los creadores de la impresora 3D W.Afate junto a su artilugio.
Los creadores de la impresora 3D W.Afate junto a su artilugio.WoeLab

Un proyecto como éste sólo es imaginable en una mente como la de Sénamé Koffi Agbodjinou, un joven togolés con una tremenda capacidad para poner en relación ámbitos del conocimiento diversos y para sacar resultados de esas extrañas combinaciones. Él mismo es un ejemplo: de formación arquitecto y antropólogo metido de buenas a primeras a innovador tecnológico. Séname primero unió sus dos ámbitos de estudios, la arquitectura y la antropología, para imaginar una ciudad inspirada en el saber hacer tradicional. Considera que una ciudad será más sostenible y más amable en la medida en la que adopte algunas de las características de un pueblo. Después descubrió que muchos espacios de trabajo colaborativo vinculados a la innovación teconológica ya tenían las características que estaba buscando. “En los fablab o en los hackerspace está el espíritu del pueblo, personas de ámbitos diferentes ponen en común lo que saben para conseguir una solución para todos”, comenta Sénamé Koffi Agbodjinou.

Y finalmente pensó en un espacio que fuese diseminador de ese espíritu, que se instalase en un barrio y pudiese atraer la actividad y el saber del vecindario, para después devolvérselo en forma de proyectos transformadores y que, como por esporas el modelo se extendiese hasta cubrir la ciudad completa. Es el proyecto HubCité que desarrolla a partir de su dimensión de arquitecto en la organización L’Africaine d’Architecture. De momento, esa idea está en una fase muy inicial y el resultado tangible es WoeLab, que echó a andar hace dos años.

“WoeLab es uno de los pocos espacios en los que un costurero puede formar parte de un equipo junto a un ingeniero, en que también participe un vendedor de pescado o de zumos y que construyan algo aportando cada uno sus conocimientos. Eso no es teoría, eso es lo que está pasando en WoeLab”, explica satisfecho Séname.

En la actualidad, esta comunidad está formada por entre 25 y 30 miembros, con una media de edad de menos de 19 años. Uno de los principales motivos de satisfacción de su impulsor es que un 30% de esos miembros son mujeres. “Nos alegra, porque es más complicado acercar a las chicas hasta la tecnología”, confiesa el arquitecto togolés.

Koffi Sénamé Agbodjinou cree que el reciclaje y el trabajo con pocos medios está en la tradición del continente

Para idear WoeLab, Sénamé Koffi Agbodjinou se basó en experiencias de otras comunidades de makers (constructores), algunas en Europa y otras en diferentes lugares del continente africano. Sin embargo, para él el proyecto tiene ADN africano. Y eso se debe a que Sénamé observó fuera, pero descubrió que esos modelos coincidían con lo que le quedaba más cerca. “Descubrí una similitud entre las comunidades de hackers y la sociedad tradicional africana, porque funcionan como un pequeño pueblo, que suple la ausencia de arquitectos y urbanistas con el conocimiento directo del terreno y de los miembros y con unas habilidades que se complementan”, explica el arquitecto. Pero además, echando mano de sus conocimientos antropológicos, Sénamé asegura: “La forma en la que trabajan los hackers me ha recordado a los constructores tamberma del norte de Togo, por lo que se refiere a la economía de medios y al deber de restitución, es una especie de open source espiritual. Es cierto que miramos a los proyectos de otros lugares pero los adaptamos a nuestras posibilidades usando los recursos que tenemos a mano y simplificando los procesos, en esto es en lo que nos parecemos a la forma de trabajo vernacular de los tamberma, valoramos el saber hacer local y usamos materiales accesible”.

Curiosamente, uno de los recursos con los que cuentan los manitas informáticos togoleses es la basura. Concretamente, la electrónica, que podría convertirse en una plaga para el continente y que ellos intentan convertir en una oportunidad. “El problema está ahí y nosotros intentamos buscar una solución, estamos obligados a hacer simple con recursos modestos”. Pero no pretenden mitificar la iniciativa. “La ecología no es la filosofía que nos mueve, pero lo cierto es que es una consecuencia”, reconoce Sénamé.

El impulsor de WoeLab destaca las características africanas del movimiento maker y do it yourself (hazlo tú mismo): “No supone una agresión para nosotros porque el reciclaje está en nuestra cultura, aquí todo el mundo trata de arreglar las cosas antes de tirarlas. Y, por otro lado, en el movimiento maker todo tiene un carácter informal y en nuestras sociedades lo informal está en todo”. Esa idea de optimizar los recursos, de ser capaces de sacarle el máximo partido a la escasez de medios y de construir una tecnología al alcance de todo el mundo es lo que llaman LowHighTech. Puede parecer un concepto contradictorio, pero es el contrapunto de tecnología modesta y práctica, a una tecnología de diseño, de élite y de apariencias.

La filosofía del espacio se apoya en el potencial creativo de los jóvenes del entorno más próximo y por ello una buena parte de su labor consiste en acercarles la tecnológica. La W.Afate ha llegado hasta algunos colegios de Lomé. “El año pasado hicimos clases de diseño 3D para niños de 13 y 14 años. Y este año son ellos los que dan las clases a sus compañeros. Aprenden muy rápido”, comenta Sénamé. En la misma línea, la impresora 3D se está implantando en siete cibercafés del barrio, con la intención de que los clientes se familiaricen con ella. Por otro lado, los talleres del Jerry Clan, un proyecto importado de Francia y en los que construyen ordenadores en bidones de plástico, se han exportado a otros países como Ghana, Benin o Senegal. “Nos sirven para crear comunidad, para desmitificar la tecnología y llegar a las chicas, por ejemplo”, explica el impulsor, cuya obsesión recurrente es la “democratización de la tecnología”.

La innovación tecnológica se convierte en una forma de vida para estos jóvenes que “trastean” en las instalaciones de WoeLab. En agosto de 2013 el gobierno togolés lanzó un programa de fomento de la emprendeduría juvenil. El fablab albergaba tres de las diez empresas que las autoridades seleccionaron para dar impulso. “Los jóvenes africanos ya no tienen excusa”, advierte Koffi Sénamé, “si tienes un buen proyecto te resulta más fácil acceder a financiación procedente de cualquier lugar del mundo. Tienes acceso a experiencias en otros países y puedes compartir recursos con las comunidades del movimiento open source”.

Igualmente, esta energía creativa está comenzando a dar sus frutos en el cambio de imagen del continente y las experiencias de los impulsores de la W.Afate son una buena muestra. Han visitado ferias y convenciones relacionadas con la tecnología por todo el mundo, desde Nueva York a París pasando por Bamako, y han recibido premios, uno de los más recientes, en julio en Barcelona, durante el encuentro Fab10 Barcelona. “Al principio, en las convenciones, nos daba vergüenza enseñar la W.Afate porque no es más que un montón de desperdicios, pero cuando la montamos, incluso gente de grandes empresas dicen ‘Uou’ y sentimos el respeto”, cuenta Sénamé. Ese respeto ayuda a alimentar la autoestima y es bueno para lo que este innovador llama “capital confianza”. Es decir, que los jóvenes sean conscientes de lo que son capaces de hacer.

Sénamé Koffi Agbodjinou no esconde que debajo de la experiencia de WoeLab hay una voluntad de transformación social. “El intento es ayudar a aumentar el nivel, en general. El pretexto es la tecnología y el urbanismo. Pero en realidad se trata de que la comunidad tenga las herramientas a su disposición para que después las aplique en el ámbito que le sean más útiles”.

Sobre la firma

Carlos Bajo Erro
Licenciado en Periodismo (UN), máster en Culturas y Desarrollo en África (URV) y realizando un doctorando en Comunicación y Relaciones Internacionales (URLl). Se dedica al periodismo, a la investigación social, a la docencia y a la consultoría en comunicación para organizaciones sociales.

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