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Geranios para alumbrar el pasillo

Glowing Plant trabaja en plantas transgénicas que brillan

Antohony Evans, de Glowing Plant.
Antohony Evans, de Glowing Plant.R. J. C.

“No esperes que deslumbre; al principio será como esas pegatinas que teníamos en el techo de la habitación con las constelaciones, un leve resplandor”, anuncia Anthony Evans, investigador a cargo del proyecto Glowing Plant, una planta que brilla en la oscuridad.

En su boca suena de los más natural y sencillo: “Y no está tan alejado de lo que se ha hecho siempre. El ser humano lleva mucho tiempo modificando y mejorando su entorno. Solo que ahora tenemos mejores herramientas. ¿Nunca viste una planta con un esqueje?”. El plan consiste en tomar parte de los genes de las luciérnagas, los responsables de la reacción química que permite que su cuerpo desprenda luz e integrarlo en una planta, más concretamente la Arabidopsis thaliana. “Se utiliza en los laboratorio desde hace más de 40 años. Fue la primera cuyo genoma se pudo conocer al completo. Aunque no es comestible tiene similitudes con algunos tipos de col o la mostaza”, expone con tono académico.

El artefacto utilizado para la modificación es su pistola genómica, sobre la que se apoya en la foto. “Aunque es una mezcla entre físico y digital. Nuestro software es un compilador para editar las cadenas de ADN, después utilizamos una bacteria como vehículo para inocularlo en el código de la planta”, expone.

Su visión va más allá de lo lúdico: “¿Te imaginas que una vereda de árboles pudiera alumbrar a los coches en una venida? ¿O plantas como luces de cortesía en los pasillos de los hoteles? El ahorro energético sería bestial, un gran cambio en las ciudades”. Al mismo tiempo, confiesa que no sabe qué implicaciones o daños colaterales puede tener. El problema está en hacerlo y que funcione. “Cuanto más te alejas de lo que ya hace la madre naturaleza, más difícil es”, se justifica.

Su laboratorio, que solo permite fotografiar con restricciones y muchos reparos, es poco más que un piso de 90 metros. Se encuentra en san Francisco, dentro de un antiguo centro de impresión, Print Center, muy cerca de Change.org, Zynga, AirBnb o Klout, hoy reconvertido en centro de investigación de biociencia. El único vestigio del pasado analógico es una linotipia en el recibidor. Junto a Glowing Plant, se encuentran los laboratorios Mandal, la farmacéutica Olema, los expertos en ADN, Adyn, y Cambrian Genomics. Todos de tamaño modesto y excesivo celo con su privacidad y seguridad.

El proyecto saltó a la fama cuando Kickstarter, la plataforma de financiación colectiva, los rechazó. Inicialmente consiguieron que más de 9.000 microinversores donaran más de 300.000 euros cuando solo pedían 50.000. Por 20 euros ofrecían una camiseta y por 30 las deseadas semillas. Los que tengan más paciencia, o fe, según se mire, pueden conseguir una rosa brillante para junio de 2015 por 150 dólares. Fue la última vez que Kickstarter dejó vender un ser vivo, o potencialmente vivo, como las semillas. El recolector de dinero comunitario cambió las normas para no aceptar más proyectos relacionados con la biotecnología.

Evans no se siente herido: “Nos sirvió para darnos a conocer. La idea no era vender esas semillas, sino que se supiera del experimento. Nuestra ambición va más allá de vender semillas para aficionados a la ciencia y la tecnología. Y es natural que no se sepa cómo tratarlo. Todavía no hay un marco legal firme”. Esta no fue su primera presentación pública, durante el festival de tendencias y cultura SXSW de Austin obtuvieron el premio al mejor proyecto. Su plan es conseguir una nueva ronda de financiación una vez que la planta brille.

Entre sus planes está vender las semillas en el verano de 2014. Los primeros experimentos verán la luz (es un decir), en marzo. “Avísanos”. “No, mejor sigue tú el blog”.

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