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Mitos y realidades de las tendencias tecnológicas del pasado

Propios y extraños de las corrientes retrofuturistas reivindican un imaginario que a veces se concretó en el mundo real y otras veces no

Charles P. Conrad, astronauta de la tripulación de la misión espacial Apollo 12, caminando por la superficie de la luna en 1969.
Charles P. Conrad, astronauta de la tripulación de la misión espacial Apollo 12, caminando por la superficie de la luna en 1969.ap

El fascinante futuro que nos prometieron a finales del siglo XIX se da de bruces con los límites de la realidad. Propios y extraños de las corrientes retrofuturistas reivindican a golpe de nostalgia un imaginario colectivo que a veces se materializó en el mundo real y otras se quedó en las páginas escritas por Julio Verne y H. G. Wells. Bienvenidos a los futuros que nunca fueron (o sí).

El Punto Jonbar

Todas las corrientes retrofuturistas cuentan con un Punto Jonbar, es decir, un momento concreto en el que se desmarcan de la realidad histórica e imaginan un futuro alternativo que jamás existió. Si ese hito tiene un componente tecnológico, los principales movimientos que encontramos son los siguientes:

Steampunk: Sus tramas se desarrollan en universos paralelos, normalmente, durante la segunda mitad del siglo XIX, en los que la tecnología a vapor sigue siendo la predominante. Una película de este género es Will Will West (1999), donde aparecen máquinas voladoras, arañas mecánicas gigantes y tanques impulsados por esta energía.

Dieselpunk: ¿Y si los desarrollos del periodo de entreguerras hubiesen determinado todos los avances futuros? Este es el Punto Jonbar del Dieselpunk, cuyo imaginario se basa en inventos propulsados por gasolina y gasóleo. Mad Max (1979) nos sitúa en un futuro apocalíptico en el que los bienes más preciados continúan siendo estos combustibles.

Atompunk: El momento que separa realidad y ficción se encuentra entre 1945 y 1965, periodo que incluye la fascinación mundial por dos eras, la atómica y la espacial. Uno de los máximos exponentes es la saga de videojuegos Fallout (1997, primera entrega), ambientada en unos hipotéticos siglos XXII y XXIII devastados por una guerra nuclear.

Bitpunk: Los primeros pasos de la informática moderna constituyen el origen de las tramas del bitpunk. Por ejemplo, el videojuego Far Cry 3: Blood Dragon, lanzado en 2013, nos ubica en un "distópico" 2007 en el que nuestra misión es salvar el mundo tomando el control de un súper soldado cibernético.

Es justo lo que faltaba para espolear la ola retrofuturista que parece envolvernos: el efecto 2038. Si nadie llama a la calma, tenemos por delante unos 20 años en los que el mundo se llenará de titulares apocalípticos que anunciarán que el 19 de enero de 2038 muchos programas informáticos viajarán en el tiempo hasta el 13 de diciembre de 1901, con todo lo que eso conlleva. ¿Seremos testigos esta vez de la rebelión de los electrodomésticos, al más puro estilo de Alaska y los Pegamoides? ¿O todo se quedará en un bluf como pasó con el temido efecto 2000?

Sea como fuere, si esa regresión digital afectase a todos los ámbitos de la realidad, sería el sueño de los defensores de las expresiones artísticas que se inspiran en los futuros imaginados hace décadas y que jamás llegaron a cumplirse. Ante ellos, se abriría una oportunidad para convertir en realidad todas esas recreaciones de lo que pudo haber sido si la tecnología, en un determinado momento, hubiese tomado unos derroteros distintos de los que conocemos. Por cierto, algunas de esas obras plasmadas en novelas, cómics, series de televisión y películas están ambientadas en sociedades "distópicas" en las que las máquinas han vencido al hombre (aquí es donde regresa a nuestra mente lo del efecto 2038).

Pero el interés por saber más sobre esas épocas en las que se pensaba que con la tecnología se podría conseguir todo no es algo exclusivo de los retrofuturistas. Prueba de ello es que en 2015 la tercera exposición más visitada en España, tan solo por detrás de sendas muestras en el Museo del Prado y el Museo Thyssen-Bornemisza, fue Nikola Tesla: suyo es el futuro, un viaje por la vida y trabajos de este inventor norteamericano de origen serbio que vivió entre 1856 y 1943 y cuyos descubrimientos, inventos, aportaciones y vaticinios permitieron el desarrollo de la actual civilización eléctrica. La muestra fue visitada por 200.000 personas, una cifra que superó las expectativas más optimistas de sus propios comisarios, María Santoyo y Miguel Ángel Delgado, quienes también son los responsables de Julio Verne: los límites de la imaginación, que puede verse en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid hasta el próximo 21 de febrero.

En palabras de Miguel Ángel Delgado, la nostalgia por esos tiempos quizás tenga que ver con una actual visión asfixiante provocada por la crisis: "Esa sensación de que no hay salida nos hace mirar atrás y tener un interés creciente por la concepción de progreso del siglo XIX". No en vano, tal y como recuerda María Santoyo, entre 1850 y el inicio de la Primera Guerra Mundial la velocidad de los cambios fue tan vertiginosa que en tan solo una generación el mundo modificó su percepción del tiempo y del espacio. "Tanto Tesla como Verne se dieron cuenta de que la verdadera revolución está en las comunicaciones y en los medios de transporte, en acortar el tiempo y en llegar más rápido a culturas muy distantes, algo en lo que aún estamos inmersos hoy en día con todo lo que ha desatado Internet", remarca Santoyo.

El hechizo estriba en el poder de transformar a la sociedad gracias a un efecto en la cultura popular

Esa visión global de un mundo interconectado está detrás de la fascinación por algunos inventos a lo largo de la historia, como el telégrafo de Morse (patentado en 1840), que puede considerarse la primera gran aplicación de la electricidad en el campo de las telecomunicaciones. En otras ocasiones, el hechizo estriba en el poder de seducir y transformar a la sociedad gracias a un efecto en la cultura popular o en la vida cotidiana: desde la fotografía, la radio, el cine y la televisión hasta el teléfono o los electrodomésticos. Dicho de otro modo, la auténtica fascinación comienza cuando un invento al que tan solo tenía acceso la comunidad científica o unos pocos privilegiados (léase los adinerados de la época) pasa a tener una aplicación de masas.

En muchas ocasiones, dicha aplicación de masas llega con antelación a través de narraciones fantásticas que ponen a disposición del público lo que podría pasar en un futuro más o menos cercano. Por eso, los mundos imaginados por Julio Verne (1828-1905) y otros autores como H.G. Wells (1866-1946) han servido de inspiración tanto a movimientos retrofuturistas, que han fabulado mundos fascinantes, como a inventores que han conseguido llevar a la práctica lo que en principio solo era ficción. Como dijo el propio Verne, "Todo lo que una persona puede imaginar otros pueden hacerlo realidad". Aunque en su caso conviene desmitificar esa imagen de genio visionario porque, más que invenciones, la mayoría de sus obras incluyen prospecciones basadas de forma rigurosa en las últimas novedades tecnológicas de su época. "Verne estaba muy bien documentado sobre todos los avances, así que no inventaba desde cero. Es más, hacía gala de que lo que planteaba en sus obras era factible y se cuidaba mucho de introducir esa vuelta de tuerca de más que lo pudiera convertir en una fantasía, algo que reprochaba a Wells", matiza Miguel Ángel Delgado.

De las páginas de Verne al mundo real

Teniendo en cuenta esa vertiente de divulgador, Verne difundió en forma de aventuras algunas de las tendencias de la época que, tarde o temprano, llegaron al mundo real:

Las tesis políticas de Wells

Si bien es cierto que Verne reconoció siempre la calidad literaria de Wells, también dejó constancia de que no aprobaba su forma de resolver las cuestiones técnicas, mucho más cercana a la ciencia ficción. Por esta misma razón, no resulta extraño que las invenciones descritas por el británico no hayan llegado a materializarse en el mundo real. Por ejemplo, en Los primeros hombres en la Luna, lejos de la obsesión por la verosimilitud del francés, Wells transportaba a los dos protagonistas hasta nuestro satélite gracias a una nave recubierta de "cavorita", una sustancia imaginaria de propiedades antigravitatorias.

De todos modos, Wells concibió sus obras como una forma de exponer sus tesis políticas, de tal modo que La máquina del tiempo simboliza la lucha de clases; La guerra de los mundos aborda el imperialismo; y El hombre invisible o La isla del doctor Moreau tratan los peligros de tomar la ciencia como religión.

1. Una de las mejores creaciones de Verne es el Nautilus de Veinte mil leguas de viaje submarino (1869). Esta máquina inspiró al español Isaac Peral, que en 1888 botó con éxito el primer prototipo del submarino eléctrico, el Peral.

2. Resulta curioso que a Verne se le identifique con los globos hasta el punto de que muchos lectores los ubican en libros en los que no aparecen, como en La vuelta al mundo en ochenta días (1872). Aunque el autor alabó en Cinco semanas en globo (1863) las posibilidades de los aerostatos, finalmente, pronosticó que la conquista de los cielos se haría con aparatos más pesados que el aire. Esta apuesta por las grandes máquinas como medio de vuelo quedó reflejada en el Albatros de Robur el Conquistador (1886) o el anfibio Espanto de Dueño del mundo (1904).

3. Todos los contemporáneos de Verne soñaban con el viaje a la Luna, que finalmente se hizo realidad en 1969. La relectura de De la Tierra a la Luna (1865) y Alrededor de la Luna (1870) revela asombrosas coincidencias entre la invención del francés y los hechos, como el lugar de partida o el amerizaje que culminaba la misión.

4. A pesar de que Verne la escribió en 1863, París en el siglo XX no se publicó hasta 1994. En esta novela, el autor especula sobre cómo sería el mundo en 1960 y, entre otras cosas, habla de trenes de alta velocidad y de una red de comunicaciones global o “telégrafo fotográfico” que extrapolado a nuestros días se asemeja a Internet.

5. En el relato En el siglo XXIX: Jornada de un periodista americano en el 2889 (1889) —que para muchos no fue escrito por Julio Verne, sino por su hijo Michel—, se habla del "fonotelefoto", un sistema de comunicación que viene a ser la actual videoconferencia. Quién sabe si dentro de ocho siglos se habrán cumplido otras predicciones de esta narración, que describe un mundo en el que los humanos se han extendido por todo el sistema solar y una vida cotidiana con medios de transporte como aerocoches, aeroómnibus y aerotrenes.

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