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De repente, un filántropo

Con la donación del 99% de sus acciones, Mark Zuckerberg quiere confirmar su transformación: de díscolo fundador de Facebook a adalid de las buenas causas

Costhanzo

A Mark Zuckerberg no le dejaron pasar de la sala de las bicicletas en la hermandad más exclusiva de Harvard; después de todo, él no era más que un novato sin pedigrí, el hijo de un dentista de las afueras de Nueva York con tan buen expediente académico como probados conocimientos de programación. El resto es historia (también del cine; véase La red social, de David Fincher): el chico al que dos apuestos remeros, los hermanos Winklevoss, miraron por encima del hombro, creó su propia web para entretejer perfiles, inspirado en una filosofía contraria a la que gobierna las élites. Él no quería, simplemente, conectar a sus miembros. Ni siquiera a la clase universitaria. Su ambición era, y aún anda en ese empeño, llegar a toda la humanidad.

De aquella experiencia iniciática, a Zuckerberg le quedaron dos obsesiones. Hacer de la educación una experiencia al alcance de todos y, del mundo, un lugar más horizontal, con menos estratos sociales. Por lo que cabe interpretar de sus acciones de esta semana en la que acaparó todos los titulares con la donación del 99% de su fortuna para marcar el nacimiento de su primera hija, también quiere convertirlo en un sitio mejor.

En 2004, los gemelos le pidieron 64 millones de dólares a cambio de su silencio (afirmaron que la famosa red social nació inspirada en una idea suya) y del cese de las hostilidades judiciales. Así se fraguó la primera leyenda de Facebook y una importante lección para el joven: las ideas no tienen padre, lo importante es cómo se ejecutan. No fueron ellos los únicos tempranos compañeros de viaje a los que dejó por el camino. Eduardo Saverin, de origen brasileño y vecino en la residencia de estudiantes, financió los primeros servidores e hizo de representante comercial hasta que una jugosa cantidad de dinero le dejó fuera de la empresa (hoy guarda silencio desde su refugio en Singapur, tras renunciar a sus acciones y a la nacionalidad estadounidense para evitar tributar al fisco durante el resto de su vida).

Sin terminar la carrera, nuestro hombre dejó la costa este por la oeste, aconsejado por uno de los personajes más polémicos de Silicon Valley. Sean Parker, primer presidente de la red social, conocido por su flirteo con las drogas y por dar una estocada a la industria de la música con Napster. Y si bien los fondos de capital riesgo transigieron en aquellos días con el uniforme de Zuckerberg (sudadera con capucha, vaqueros y zapatillas), acabaron por limpiar las amistades del chico, preocupados por dar apariencia formal a un fenómeno social sin precedentes (solo WhatsApp, hoy propiedad de Facebook, ha tenido una curva de crecimiento tan marcada). Así fue cómo Parker desapareció de su círculo más próximo.

En ese preciso instante puede fijarse el golpe de timón definitivo en la vida de Zuckerberg, en la travesía que le condujo de díscolo y esquivo geniecillo de Silicon Valley a filántropo superlativo y dedicado padre de familia.

Ha hecho una jugada de propaganda maestra que, además, hace que los valores de la compañía suban

Una de las primeras rondas de inversión importantes de Facebook corrió a cargo de Microsoft. Desde entonces, ha contado con Bill Gates como amigo, asesor y mentor. De ahí que no sean casuales ni la elección de las causas a las que ha anunciado que destinará su enorme fortuna (educación y sanidad) ni el momento escogido para el anuncio (el fundador de Microsoft también hizo su primer gran gesto de filantropía con el nacimiento de una hija). Y si Gates se fijó como meta acabar con la malaria, una cruzada que todavía dirige, en el caso de Zuckerberg la finalidad es algo más difusa.

No así el modo escogido. Muy astutamente, donará el 99% de sus acciones de Facebook, una cantidad que hoy equivale a 45.000 millones de dólares (42.000 millones en euros), pero que oscilará al compás de la cotización de su empresa. Una jugada de propaganda maestra y la forma más directa de lograr que los títulos de la compañía exuden valores positivos. En otras palabras, ha convertido la inversión en la firma en un acto de generosidad mundial. Otro hecho destacable es que no hará la donación a través de una organización sin ánimo de lucro, sino a través de una especie de sociedad limitada que le permite gastar el dinero en lo que quiera, incluidas inversiones rentables y donaciones a partidos políticos, además de tener alguna ventaja fiscal adicional y someterse a menos controles de transparencia.

No hace la donación a través de una organización sin ánimo de lucro, sino a través de una especie de sociedad limitada, lo que supone alguna ventaja fiscal adicional

Otra figura clave en su transformación hay que buscarla en Sheryl Sandberg, su número dos. Ambos, aunque no practicantes, son de origen judío. Ella es la maga del marketing y la mujer que le ha enseñado a comunicar los logros de la compañía. También es la causante de su repentina conciencia feminista, reflejada en la implantación de una baja de maternidad con sueldo íntegro de cuatro meses; una auténtica rareza en EE UU. Completan el círculo de amigos y, al mismo tiempo, empleados cercanos, Chris Cox, responsable de producto, y el español Javier Oliván, al frente de Internet.org, el gran proyecto de futuro, que persigue llevar la Red (y Facebook) al mundo en desarrollo.

Con la salida a Bolsa en 2012 (la mayor de una empresa de Internet), muchos pensaron que duraría poco en el trono, que adoptaría una vida de lujos y frivolidades. Más bien al contrario. Sentó la cabeza. Al día siguiente se casó con su novia de la Universidad, Priscilla Chan, de origen chino, que ejerce como pediatra en el hospital benéfico de la ciudad.

Obsesionado con su perfeccionamiento, Zuckerberg se propone, año tras año, nuevas metas. Hace cuatro fue comer solo carne de animales sacrificados por él mismo. Hace dos, se propuso aprender chino, y este verano sorprendió dando una conferencia y contestando las preguntas del público con naturalidad. En 2015, implicó en la lectura a los seguidores de su perfil. Invitó a leer dos libros al mes para después comentarlos. Su club de lectura evidencia sus preocupaciones sociales. El fin del poder, de Moisés Naím, abrió la lista. Inmunidad, de Eula Biss, sobre el debate de las vacunas, y El optimismo racional. Evolución de la prosperidad, de Matt Ridley, son otros títulos.

Por el camino ha aprendido que la privacidad vale más que un candado dibujado junto al perfil de la red social. A medida que ha ganado poder, Zuckerberg ha incrementado el control de su propia imagen. Todas y cada una de las fotos de su perfil están medidas. Desde las de sus viajes a las de su perro Beast.

Un ejemplo de su estilo bienpensante es su reacción ante las críticas por la opacidad de su iniciativa de esta semana. Zuckerberg se limitó a contestar con un mensaje en su muro. Tras dar las gracias por el apoyo recibido, reiteró que su única intención es, ya saben, hacer del mundo un sitio mejor.

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