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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un golpe a las noticias falsas

Facebook apuesta por destacar el contenido periodístico de calidad

Un usuario de Facebook, consulta la aplicación en su móvil.
Un usuario de Facebook, consulta la aplicación en su móvil. Julian Rojas (EL PAÍS)
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A coup against fake news

Las posverdades -o lo que es lo mismo, las mentiras- no son patrimonio exclusivo de la era de Donald Trump y el populismo rampante. Existían mucho antes de que Facebook, Google y el propio Internet nacieran. Si pensamos que esta campaña electoral norteamericana estuvo intoxicada por la difusión de verdades a medias, basta con buscar en la hemeroteca informaciones de otoño de 2000. Medios muy respetables de Estados Unidos se vieron forzados a hacerse eco de vergonzosas anécdotas que ponían en cuestión la honorabilidad del candidato demócrata, Al Gore. Que si había dicho que él era el inventor de Internet o que si se había inventado que él y su mujer, Tipper, eran la pareja en la que se habían inspirado la novela y el filme Love Story, todo mentiras o exageraciones.

Hoy, los medios de comunicación tenemos más lectores que nunca. Es cierto que se venden y se imprimen menos diarios en papel. Pero nuestras noticias no conocen fronteras: llegamos a millones de personas, en cualquier lugar del mundo, a cualquier hora del día. Es el regalo de la tecnología, que trae pareja una completa transformación del modelo publicitario. Diarios como EL PAÍS, The New York Times o The Guardian competimos por publicidad entre nosotros, pero también con las grandes empresas de Internet, que logran sus beneficios con anuncios. Es un escenario nuevo e incierto, en el que hay una dependencia mutua entre los grandes medios consolidados y comprometidos con el derecho a la información y gigantes de la Red como Facebook o Google.

El precio de llegar a decenas de millones de personas a diario es no controlar la distribución de nuestro contenido. Somos responsables de lo que escribimos, pero no siempre de cómo llega hasta el lector: un mensaje en Twitter, un correo electrónico, un grupo de Facebook o una imagen en Instagram. Y hemos visto con preocupación cómo parasitan los canales de distribución de información páginas con apariencia de periódicos, que publican noticias que en realidad no lo son, sin fuentes, sin datos, sin contrastar, que se aprovechan de la confianza forjada entre diarios y lectores para engañar a estos últimos. Así se propagaron crónicas falsas como que el Papa apoyó públicamente a Trump o que un agente del FBI apareció muerto en casa de Hillary Clinton.

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El éxito de profesionales de la intoxicación y la mentira a la hora de aprovecharse de los algoritmos de Facebook, Google y otros servicios de Internet ha hecho que quienes gestionan el diccionario de Oxford eligieran el término ‘posverdad’ como la palabra del año pasado. Las noticias falsas, su publicación y su rechazo, se han convertido en una parte central del discurso político en una era especialmente convulsa a ambos lados del Atlántico. Ahora, por fin, una red social de la talla de Facebook, con 1.800 millones de usuarios en todo el mundo, toma medidas para distinguir y destacar la información real, contrastada, de calidad, que es marca de cabeceras como EL PAÍS.

El hecho de que Facebook permita a medios como EL PAÍS seleccionar cinco noticias diarias para entregárselas al lector por diversas vías, en su muro y a través de notificaciones, es la prueba de que esta enorme plataforma de Internet está tomando medidas muy necesarias y muy bienvenidas para desterrar el contenido falso, nocivo y tóxico de sus servidores. De este modo, con el anuncio de hoy, Facebook reconoce, premia e impulsa al periodismo de calidad, ese que invierte sus recursos en preservar y mantener el derecho de la sociedad a la información, al margen de manipulaciones que embrutecen la democracia.

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