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El guardián de la galaxia Samsung

Lee Jae-yong, heredero del mayor grupo empresarial de Corea del Sur, salpicado por un caso de corrupción

Macarena Vidal Liy
Costhanzo

La madrugada del 19 de enero, un hombre trajeado y con gafas, de aspecto cansado y acompañado de un solo guardia, emergía con una media sonrisa y una bolsa de plástico de un centro de detención en el suroeste de Seúl. No quiso hacer declaraciones a la prensa que se aglomeraba y se marchó de inmediato en el coche que lo había ido a buscar. Probablemente había sido su noche más larga, a la espera de que un juez decidiera su destino. Finalmente, al cabo de horas de espera, la orden de libertad había llegado: los tribunales descartaban detener —por el momento— a Lee Jae-yong, el heredero del imperio Samsung y uno de los hombres más poderosos en Corea del Sur, acusado de corrupción, perjurio y malversación de fondos.

Los fiscales habían pedido su arresto al considerar que dio las órdenes de entregar cerca de 36 millones de dólares a fundaciones y empresas de Choi Soon-sil, una misteriosa confidente de la presidenta Park Geun-hye cuya influencia sobre ella le ha ganado el sobrenombre de la Rasputina Surcoreana. Según la acusación, ese dinero se pagó para conseguir el visto bueno del fondo nacional de pensiones a la fusión de dos empresas del grupo.

El escándalo en torno a la Rasputina y su supuesto tráfico de influencias con la connivencia de la jefa del Estado ha salpicado al mundo empresarial y ha dejado expuesta, una vez más, la intrincada relación entre el poder político y los chaebol, los conglomerados familiares que representan la mayor parte de la riqueza del país. En ese entramado, Samsung es clave. Ya es un cliché afirmar que, desde que nacen hasta que mueren, los surcoreanos están rodeados de productos del grupo —teléfonos y electrodomésticos, sí, pero también de sus pólizas de seguros, viviendas, hospitales y hasta parques de atracciones—. Este conglomerado de cerca de 80 empresas supone más del 20% del PIB del país. Samsung Electronics, su joya de la corona, es la primera compañía del mundo de telefonía móvil.

Lee es el único hijo varón de Lee Kun-hee, el hombre que transformó Samsung de fabricante de productos baratos a marca global, y se ha estado preparando toda su vida para asumir la presidencia del grupo. Es un papel que ya ha tenido que empezar a desarrollar desde el infarto de su padre en 2014, pero la transición aún no está terminada. La mentalidad surcoreana impide que pueda hacerse cargo por completo en tanto su progenitor permanezca al frente, aunque sea solo en teoría, porque sigue hospitalizado.

Su formación es impecable. Nacido en Washington DC, ha estudiado en las mejores universidades: la Nacional de Seúl, la japonesa Keio y Harvard, donde no llegó a terminar un doctorado en Administración de Empresas. Habla coreano, inglés y japonés.

Siempre con la sucesión en mente, comenzó a trabajar en el conglomerado familiar en 1991 como vicepresidente de planificación estratégica. En 2001, y tras un fallido intento de crear su propia empresa en plena burbuja tecnológica, se incorporó al grupo a tiempo completo. En 1998 se casó con Im Se-ryung, hija de otra de las grandes familias empresariales surcoreanas. Tuvieron dos hijos antes de divorciarse en 2009. En 2012 asumió la presidencia de Samsung Electronics.

Hasta ahora, el tercer hombre más rico del país —Forbes le calcula una fortuna personal de 6.000 millones de dólares— ha mantenido una actitud discreta. Su temperamento, callado y cortés pero insistente, según sus empleados, es muy diferente al de su padre, tajante y autoritario. No concede entrevistas a la prensa y es más proclive a delegar que su progenitor. La cara pública del escándalo en torno al Note 7 —el teléfono que hubo que retirar precipitadamente del mercado en 2016 por varios episodios de baterías incenciadas— no ha sido Lee, sino el presidente de la división de móviles, Koh Dong-jin.

Consciente de que debe reformarse si quiere mantener su liderazgo, ­Samsung, bajo la batuta de Jay Lee, trata de cambiar su estructura tradicional, con una jerarquía casi feudal en la que la palabra del jefe es sacrosanta, e intenta poner un mayor énfasis en la innovación. Tras su salida del centro de detención, el joven Lee ha encadenado una buena racha. Al presentar sus resultados de 2016, esta compañía anunciaba un aumento de los beneficios del 50,1% en el último trimestre del año.

Pero los problemas legales de Lee no han terminado —los fiscales prometen seguir investigándole— y el futuro se presenta más incierto. La propia Samsung Electronics lo reconocía al presentar sus últimos resultados: “La incertidumbre sobre el cambiante panorama político en Corea y en el exterior representa un desafío en la ejecución de estrategias empresariales de medio a largo plazo, como las compras y fusiones, decisiones de inversión y el desarrollo de nuevos motores de crecimiento”, explicaba en un comunicado.

En la historia reciente surcoreana han sido frecuentes los escándalos por corrupción y nepotismo dentro de los grandes chaebol. Pero, incluso cuando han sido declarados culpables, ninguno de sus principales directivos ha pasado un solo día en la cárcel. O bien se les aplaza el cumplimiento de la pena, o bien el presidente de turno les concede un perdón especial. Ha sido el caso del propio padre de Lee. El actual presidente del grupo y el hombre más rico de Corea del Sur fue declarado culpable de soborno en 1996 y evasión de impuestos en 2008. En ambos casos recibió el perdón presidencial.

Esa aparente tolerancia puede cambiar. Este año se celebran elecciones en Corea del Sur. El Partido Demócrata, el principal de la oposición y que se perfila como favorito en esos comicios, promete más dureza contra los chaebol, con una reforma de las leyes comerciales y antimonopolio para recortar el poder de estos conglomerados empresariales.

La adaptación de Samsung a estos nuevos tiempos correrá de la mano de Lee Jae-yong.

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Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.

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