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“El móvil ya no es un bien de lujo, es una necesidad básica”‘‘

Mark Malloch-Brown, presidente de la Comisión de Comercio y Desarrollo Sostenible, dice que la tecnología está contribuyendo a todas las metas fijadas por la ONU

Lluís Pellicer
Mark Malloch-Brown, en Barcelona.
Mark Malloch-Brown, en Barcelona.Albert Garcia

Mark Malloch-Brown fue la mano derecha de Kofi Annan en Naciones Unidas y entre 2007 y 2009 formó parte del gabinete del expresidente británico Gordon Brown. Este británico de 63 años sigue activo tanto en el mundo de los negocios como de las organizaciones sin ánimo de lucro, entre las que preside la Comisión de Comercio y Desarrollo Sostenible, en cuyo consejo hay grandes multinacionales (como Unilever, Alibaba o Ericsson), patronales (GSMA) y fundaciones globales. Malloch-Brown pronunció una conferencia privada en el anterior Mobile World Congress  (MWC), en Barcelona, en la que planteó cómo la industria del móvil puede contribuir a reducir la pobreza y extender el acceso a la educación y la sanidad.

Pregunta. ¿Cómo está contribuyendo exactamente la industria a los países en desarrollo?

Respuesta. Si examinamos todos los objetivos globales para el desarrollo sostenible que se ha impuesto Naciones Unidas, desde los que atañen a la gobernanza hasta la reducción del desempleo, la educación o la salud, vemos que el único sector privado global que ha contribuido a ellos es el de los móviles. Y ello se debe al impacto de su estrategia disruptiva. Por ejemplo, en el terreno de las energías renovables. Hay una empresa que ha estado en el MWC que se llama M-Kopa, con sede en Kenia, que distribuye energía solar asequible. Esta tecnología se controla desde el móvil, el cliente hace un pago diario de 50 céntimos y después de un año dispone ya de un sistema solar en su hogar. Eso va a más, lo vemos con las smarts cities.

P. ¿Pero qué impacto tienen en la educación o la sanidad?

R. Estos dispositivos permiten disponer de más información, tanto a los maestros como a los alumnos. En el ámbito de la salud le voy a poner otro ejemplo. Antes, para revisar la vista, se necesitaban aparatos muy complejos. Ahora hay aplicaciones móviles que permiten hacerlo y que apenas cuestan cinco dólares. Ese impacto masivo de la disrupción en áreas tradicionales en desarrollo da más oportunidades de acceso al consumo, a la sanidad o a los estudios.

P. ¿Pero todas estas aplicaciones están llegando a los países en desarrollo?

En algunos países de África la tasa de uso del móvil alcanza entre el 70% y el 80% de la población

R. Muchas sí. Por ejemplo, en el caso M-Kopa, su producto ha llegado a 1,5 millones de hogares y espera alcanzar los siete millones a finales de 2018. Y en el caso de la aplicación para la vista ya está ampliamente usada por médicos.

P. Pero si millones de ciudadanos no tienen dinero para cubrir sus necesidades básicas, ¿cómo van a tenerlo para adquirir un móvil?

R. El móvil está dejando de ser un bien de lujo para ser una necesidad básica. Incluso en países muy pobres, hay unas tasas de uso muy elevadas. No conozco la tasa de todo el continente africano, pero en algunos países alcanza entre el 70% y el 80% de la población. Y es cierto, no tienen el último modelo de iphone, pero el que tienen es suficiente para recibir muchos de los servicios que necesidad. El móvil no es un lujo, sino una forma de crear riqueza para los ciudadanos. Lo estamos viendo con algunas aplicaciones financieras, que han logrado que se haga el envío de remesas a nivel global de una forma segura y mucho más barata gracias a la reducción de las comisiones. Y desde un punto de vista gubernamental, estas transacciones son más fáciles de regular y se puede evitar mejor el blanqueo de dinero. Mi mensaje aquí es que todos los objetivos de desarrollo sostenible de la ONU deben ser contemplados, no como una obligación de cooperación, sino porque también suponen mejorar el ámbito de los negocios. Es decir, debemos alinearnos con esos objetivos no por responsabilidad social corporativa, sino porque es un buen negocio.

P. Está hablando de una industria global y de objetivos globales, pero vemos cómo muchos gobiernos van hacia otra dirección, como en Estados Unidos o Reino Unido. ¿Cómo es compatible una cosa con otra?

Hay que seguir con la globalización, pero renovando el contrato social

R. Es complicado. Con la integración global de los mercados hemos vivido 30 años en los que ha crecido la esperanza de vida y han mejorado la educación, los ingresos, las políticas de salud.... El crecimiento de la población mundial ha sido más rápido que en ningún otro momento de la historia. Ahora bien, llegamos a un momento en el que el modelo económico produjo muchos perdedores, de forma que se revirtieron algunos de esos logros.

P. Intermón Oxfam lleva tiempo denunciando el aumento de la desigualdad a nivel global en los últimos años...

R. Este es uno de los puntos que abordamos en el informe que hemos redactado. Si miramos en la distribución de los salarios en los últimos años vemos cómo la proporción que corresponde a la clase media se mantiene estancada o baja. Pero no es la única reflexión que quiero hacer. Si un ciudadano vive en una gran ciudad asiática como Delhi o Pekín tal vez sus ingresos han aumentado, tal vez es más rico, pero su salud se ha visto afectada por la polución medioambiental. El modelo económico está teniendo un gran impacto social. Nuestro argumento es que el modelo fue fantástico durante 30 años, pero ahora está fallando, por lo que abogamos por seguir con la globalización, pero renovando también el contrato social.

P. ¿A qué se refiere?

Con la inteligencia artificial se destruirán empleos, pero se crearán nuevas categorías

R. Debe haber un compromiso de alta calidad de las compañías en los pagos a en la cadena de proveedores, a los trabajadores, y estas deben pagar impuestos en los países donde ingresan y operan y tener unos estándares de alta calidad también contra la corrupción. Y en cuanto a los gobiernos, igual. Necesitamos crear un modelo más manejable de globalización y resistirnos a un modelo supertrump de volver hacia adentro.

P. Habla del impacto positivo de la tecnología, pero en MWC hemos visto cientos de aplicaciones y aparatos que sustituyen la fuerza de trabajo del ser humano. ¿Cómo explica los beneficios de esas innovaciones a alguien que ve amenazado su empleo?

R. Una de las áreas en las que fue complicado llegar a un acuerdo entre los comisarios del informe es cuál será el impacto de la inteligencia artificial en el empleo. Hubo un acuerdo en que ese fenómeno no puede pararse, y aunque admitimos que se van a destruir empleos, también se van a crear nuevas categorías. De todos modos, veremos una transformación dramática en la estructura del empleo. Por ejemplo, a causa de la pirámide de edad veremos a más gente en los servicios sociales, o también nuevos puestos de trabajo en educación porque la gente deberá ir reciclándose porque no tendrá una sola carrera. Por eso, tenemos que ver a la tecnología como una aliada en todos esos cambios que se avecinan en el empleo. Hay que hacer que esa transición sea lo más civilizada posible.

P. Con el cambio de gobierno, en Barcelona se produjo el debate de cómo hacer que los beneficios del MWC lleguen a todos los barrios de la ciudad. ¿Cómo se consigue?

Las empresas deben pagar bien a sus proveedores y trabajadores y abonar impuestos en los países en los que operan

R. Si estás en un barrio pobre y no tienes sucursal bancaria, por ejemplo, has de viajar al centro para trámite. Las smart cities consiguen acercar los servicios al vecino a través del móvil, de modo que se ahorra ir al centro a buscar información sobre su pensión o a hacer los trámites para renovar documentación. Uno de los argumentos de la izquierda es que la tecnología solo beneficia a los ricos, pero por mi experiencia veo que ayuda a todos los grupos, porque los pobres pueden acceder a servicios que sin ella no podrían acceder.

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Sobre la firma

Lluís Pellicer
Es jefe de sección de Nacional de EL PAÍS. Antes fue jefe de Economía, corresponsal en Bruselas y redactor en Barcelona. Ha cubierto la crisis inmobiliaria de 2008, las reuniones del BCE y las cumbres del FMI. Licenciado en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona, ha cursado el programa de desarrollo directivo de IESE.

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