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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Legislar hasta el absurdo

El Gobierno pone cortapisas a la financiación colectiva de empresas que empiezan

MARCOS BALFAGÓN

El músico Neil Young ha recibido en tres días tres millones de dólares para fabricar un dispositivo musical. No ha ido al banco a por el dinero, sino a Kickstarter, una web donde la gente apoya proyectos que le gustan: un disco, un juego, una impresora 3D... Hace unos días Kickstarter superó la barrera de los 1.000 millones de dólares recaudados, la mitad en el último año, y 100.000 proyectos presentados.

Kickstarter es el símbolo del fenómeno crowdfunding, la financiación colectiva que permite a los que adelantan un dinero obtener ciertas compensaciones, como en el caso del reloj inteligente Pebble. En la mayoría de los casos adopta la forma de inversión; una startup (compañía incipiente) expone su proyecto y la cantidad que necesita. Quien confía en ella pone dinero a cambio de una parte de la empresa. Gracias a este sistema, el pasado año echó a andar la española AlertaPhone, tienda de reparación de móviles. Recogió 122.000 euros.

El Gobierno español, pasivo en otras cosas, se nos ha vuelto intervencionista con una ley sobre el crowdfunding. En el último año se han financiado por este sistema apenas un puñado de startups, que recogieron un millón de euros. Que tal actividad se regule sería digno de encomio si su objetivo fuera impulsarla, como han hecho otros países. En un momento en que los bancos apenas dan crédito a la pequeña empresa, no tiene sentido obstaculizar una iniciativa que busca recoger dinero para poner empresas en pie.

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El proyecto de ley limita a 3.000 los euros que una persona puede poner en una startup o a 6.000 su inversión anual; un absurdo, pues se suele invertir en varias para diversificar los riesgos. En cambio, el Gobierno de Reino Unido aporta 200 millones de euros para fomentar plataformas de crowdfunding. En Francia no hay límite a la inversión y en otros países se sitúa en el millón.

La consecuencia de la ley, si no se corrige en el Parlamento, es la de siempre en Internet: nos vamos con el dinero y con la startup a otra parte. Ya ocurre. La norteamericana Kickstarter ha recibido de los españoles más dinero que todo el sector nacional del crowdfunding. Aunque parezca increíble decirlo, a veces convendría que el Gobierno se quedara quieto.

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