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PROVOCADORES (I)

El hijo que no pudieron tener Edison y Tesla

Elon Musk, visionario de Silicon Valley, cerebro de Tesla, SolarCity y SpaceX, quiere que el sol alimente coches y casas, y construir una colonia en Marte

Jorge Restrepo

Si el lector de este artículo trabajara para Elon Musk, bien podría ser despedido por pasar este rato leyéndolo y no puliendo esa idea genial que ha de presentar mañana a primera hora en la oficina. Sus empresas exigen la devoción unánime de un batallón y la originalidad inédita de un genio trasnochando. Un empleado de este multimillonario sudafricano pidió disculpas por faltar a una cita del trabajo para estar presente en el nacimiento de su hijo. El gran jefe le envió un mail: “Eso no es excusa. Estoy decepcionado. Tienes que establecer cuáles son tus prioridades. Estamos cambiando el mundo y la historia, y o estás comprometido o no lo estás”.

Despiadado, maquinal, vehemente, tenaz, implacable, excéntrico, engreído... todos los adjetivos propios de un bestseller de aeropuerto cojean a la hora de dibujar el contorno de un personaje que —valgan los hechos, no las palabras— invierte todo su tiempo y parte de su fortuna en llevar a la humanidad a Marte en 2026. Mientras el amartizaje llega, por la superficie terrestre se propone trasladar a la especie humana en coches eléctricos (ahí están los lujosos modelos de Tesla Motors, que dirige) y la energía de los paneles solares de su compañía SolarCity, con la que espera alimentar todos los dispositivos que produce su conglomerado de empresas. Aun así, cree que dejar la conducción en manos de las personas resulta demasiado peligroso y apuesta por el Hyperloop, el proyecto de un nuevo vehículo que, ajeno al rozamiento del aire, recorrería encapsulado en un tubo los 550 kilómetros que separan Los Ángeles de San Francisco en 30 minutos. También ha creado nuevas lanzaderas espaciales y las baterías Powerwall para el almacenamiento de la energía solar, cuando los paneles no son capaces de abastecer la red de casa por falta de luz natural. Su proyecto espacial más ambicioso traería como adelanto la creación de la mayor red de comunicaciones por Internet de la historia: 4.000 satélites rodeando la Tierra en una órbita baja, que también prestaría servicio a los cohetes a Marte. La nómina de inventos que Musk ha ido impulsando en sus 44 años de vida y su olfato para convertir la tecnología en dinero serían el orgullo de papá Edison. Mientras, papá Tesla estaría feliz con su espíritu visionario y lo desmedido de sus sueños.

En algún momento tenía que comenzar el futuro. Elon Musk nació en Pretoria. Su imaginación creció espoleada por sus libros de caballerías —las novelas de ciencia ficción y sus quijotes galácticos— y fotografiaba con su mente cada pasaje que se zafaba del control tiránico de su padre. Apunta de soslayo su biógrafo Ashlee Vance que Errol Musk torturaba a sus tres hijos con juegos mentales imposibles y que despreciaba los ordenadores con los que su primogénito pasaba horas, al tiempo que lo agasajaba con viajes y la mejor educación disponible.

En la ciudad bullía la vida académica, pero el Apartheid exaltaba al macho alfa afrikáner y aún quedaba mucho para que Sheldon Cooper y el resto de personajes de The Big Bang Theory redimieran al friki en el santuario pop de los adolescentes. En el instituto acosaban al chaval debilucho que se ensoberbecía por programar y vender sus propios videojuegos. Con solo 12 años, había creado el primero en su Commodore. Elon recitaba párrafos enteros de la Guía para el Autoestopista Galáctico, se solazaba con el superhombre de Nietzsche y era capaz de preguntarle a una chica si ella también soñaba con automóviles eléctricos. Una vez sus compañeros lo golpearon hasta dejarlo inconsciente.

Sus detractores dicen que no ha creado nada nuevo. Sus fans, que sabe aprovechar la tecnología

Para evitar el servicio militar, a los 17 años se mudó a Canadá, el país originario de su madre, desde donde dio el salto a la Universidad de Pensilvania. Estudió Física y Económicas, pero no acabó el doctorado en Stanford: en 1995 lo dejó para crear con su hermano Kimbal —y 28.000 dólares prestados por su padre— una empresa que hacía mapas online para las puntocom. Por ella, cuatro años más tarde, Compaq pagó 307 millones de dólares. Musk se embolsó 22: canjeó el primer millón por un deportivo McLaren e invirtió otros 12 en fundar una de las empresas que constituirían al final PayPal, la empresa de pagos en la Red. Cuando vendió su parte, se embolsó 180 millones de dólares.

Entonces se trasladó a Los Ángeles, el paraíso de los niños crecidos en los ochenta que seguían admirando a una NASA para entonces sin pulso económico ni proyectos ambiciosos. Musk quería enviar un invernadero robotizado a Marte. En 2001 intentó comprar un misil balístico intercontinental en Rusia para reciclarlo como lanzadera para satélites, pero era muy caro. Le dio igual: los haría él mismo. En junio de 2002 nació Space Exploration Technologies, Space X. Perdió mucho dinero, pero perseveró. Se le calcula una fortuna de 10.000 millones de dólares. Sus detractores dicen que los ha conseguido sin crear nada nuevo. Sus fans, que ha sido disruptivo en la manera de aprovechar la tecnología.

Su temperamento no le ha permitido mantener mucho tiempo a los compañeros de viaje. Se divorció de su primera mujer, Justine Wilson, que describe la actitud de Musk durante el juicio como si en lugar de a la madre de sus seis hijos —el primero murió de síndrome de muerte súbita del lactante— tuviera ante sí a una rival. Se casó con la actriz británica Talulah Riley para luego divorciarse, volverse a casar y divorciarse de nuevo. El despido por motivos desconocidos de su asistente personal, Mary Beth Brown, aumentó su imagen de hombre sin corazón. La lista de personajes secundarios la completa J. C. Straubel, amigo cercano que embarcó a Musk en Tesla Motors, y Gwynne Shotwell, presidenta de Space X (según el biógrafo, va siempre tras Elon para limpiar los destrozos que, cual estrella de rock en un hotel de lujo, va dejando en sus relaciones públicas).

A pesar de su carácter huraño, el Marte que promete Tesla no es lugar para solitarios. Plantea establecer una colonia de 80.000 personas, las que tiene Hawthorne, la sede de su empresa SpaceX, cerca de Los Ángeles. ¿Para qué Marte?, le preguntaron buscando un titular megalómano: “No hay prisa en el sentido de que el fin de la humanidad sea inminente, aunque creo que nos enfrentamos al riesgo de acontecimientos desastrosos. Es algo así como cuando compras un seguro para tu coche o un seguro de vida. No es porque pienses que vas a morir mañana, sino porque podrías morir mañana”.

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